Soy una mujer.
Soy mil y un rostros.
Soy hija, madre, amiga, prima, hermana,
profesional, estudiante, ciudadana,
amante, compañera, deportista…
Soy esa que habla, ríe, canta,
protesta, exige, reivindica, actúa…
Soy como tú, como ellas, como otras, como todas.
No soy una víctima.
Aunque así me identificaron en su momento
el médico, la jueza, los servicios sociales.
No soy una superviviente.
Aunque así descubrí poder llamarme
en la asociación y los grupos de autoayuda.
Víctima y superviviente
sólo definen una parte de mi vida.
No constituyen mi identidad.
Yo, como tú, como ellas, como las otras, como todas…
Soy quien he decidido ser
y la riqueza de mi historia,
mi vida,
mis pensamientos,
mis emociones,
mis proyectos,
mis deseos,
mis experiencias…
no se agotan en dos palabras.
Atrás quedó el tiempo del silencio,
el miedo,
la culpa,
el golpe,
el moratón,
el miedo,
la angustia,
el desconcierto,
la confusión,
la culpa,
la paliza,
el miedo…
Pasó.
Porque fui valiente
y porque me alcanzó
la sororidad de otras mujeres.
Ahora queda lo aprendido
y la irrenunciable voluntad
de tender la mano
para apoyar a otras en el camino.
Pero, recuerda,
quien yo soy
no se agota en dos palabras.
Soy una mujer plena,
a quien corresponden todos los derechos,
como tú, como ellas, como las otras, como todas.
