Negación de los derechos sexuales en la época
franquista.
franquista.
Durante
mi último viaje a Londres, en una tarde de charla sentadas en una terraza,
frente al Támesis, mi amiga Julia me contó esta historia.
“Mis
padres nunca han viajado a Londres. Han ido a París, a Roma, a Praga, vinieron
a verme un par de veces cuando estaba haciendo el lectorado en Irlanda, pero mi
madre, que es quien suele elegir los destinos de sus viajes juntos, nunca quiso
ir a Londres. Siempre encontraba algún pretexto: no saber apenas inglés, una
ciudad demasiado grande, el clima… Pero hace unos días, fui a cenar con ellos
como suelo hacer antes de irme de viaje. Después de cenar, me quedé un rato
charlando con mi madre en la mesa camilla, al calor de dos infusiones de
manzanilla con anís, mientras mi padre bajaba a pasear al perro. Cuando le estaba
explicando que íbamos a hacer una ruta por lugares de Londres muy importantes
en la historia del feminismo, me referí a la clínica de Marie Stopes. “Fíjate,
mamá, lleva décadas en el mismo sitio”. Mi madre suspiró y me dijo, “ya, yo
estuve allí”. Ante mi cara de sorpresa, continuó: “Fue hace muchos años, antes
de que tú nacieras, yo era muy joven, apenas había comenzado a salir con tu
padre… y, no, no fue para mí.” Volvió a respirar profundo y continuó hablando:
“Una de mis mejores amigas se quedó embarazada. La falta de información, la
educación que nos habían dado, el miedo a la reacción de su familia, imagínate
una típica familia tradicional de Salamanca, la reacción del chico, un
estudiante que desapareció del mapa en cuanto lo supo… todo la llevaba a una
situación de confusión, de miedo, en la que se sentía incapaz de tomar
decisiones, lo que todavía complicaba más la situación al ir avanzando el
embarazo. Sólo se atrevió a confiar en mí. Sólo yo supe su situación y algo
tuve claro, estaría con ella hiciese lo que hiciese, la apoyaría fuese cual fuese su decisión. Nos enteramos
de que había una red clandestina de mujeres que apoyaban a las chicas que
querían ir a abortar fuera de España. Nos pusimos en contacto con ellas. El
encuentro fue en un parque, a una hora en que hubiese poca gente y nadie
pudiera escucharnos. Nos facilitaron toda la información, el contacto con la
clínica y una habitación donde poder pasar dos noches en Londres, pero ninguna
podía acompañar a mi amiga en ese momento (lo hacían en muchas ocasiones). Yo
decidí ir con ella. Tuvimos que inventar una historia: nos íbamos a pasar “unos
días de vacaciones” a Madrid. Cada una dijo nos quedaríamos en casa de una
prima de la otra. Tuvimos que soportar los interrogatorios familiares para
asegurarse de que estaríamos bien protegidas y hasta dar el teléfono de la
madre de la supuesta prima (que era en realidad una de las mujeres de la red de
apoyo en Madrid) para que llamasen a diario; y las bromas de las amigas que
suponían teníamos algún ligue secreto en la capital. ¡Menos mal que las dos
teníamos pasaporte porque habíamos ido el año anterior a un viaje de la
parroquia a Lourdes! ¡Qué ironía! Sin el pasaporte, todo hubiera sido todavía
más complicado, porque mi amiga era menor de edad y no hubiera podido colar que
su padre fuese a firmar la autorización para hacer el pasaporte. La mentira de
nuestro viaje a Madrid se hubiera desmoronado. Ya ves, han pasado más de
cuarenta años, pero todavía me acuerdo de que nos parecía que nos perseguían mil
ojos en el aeropuerto, de la primera noche que pasamos en Londres, sin pegar un
ojo, del temblor de las manos de mi amiga cuando estaba a punto de entrar al
quirófano en la clínica… y el miedo después a una posible hemorragia, a que
hubiera complicaciones al volver a España y alguien descubriese que había
abortado. Afortunadamente, todo salió bien. Al cabo de unos meses me dijo que
se iba de Salamanca, que había conseguido un trabajo en Madrid. Había sido
difícil que su familia cediese, pero al fin habían aceptado. Al principio, nos
escribíamos cartas con frecuencia (todavía las conservo) y nos llamábamos por
teléfono de vez en cuando. Luego la vida nos fue llevando por diferentes
caminos. Me contó que se había incorporado ella también a esas redes de apoyo a
mujeres y más adelante, cuando ya había terminado la dictadura, fui sabiendo
que había continuado estudiando, que era abogada y que apoyaba todos los
movimientos de reivindicación de los derechos de las mujeres… hasta llegó a
tener algún cargo político… Nunca quise
contarlo a nadie, ni siquiera a tu padre, en realidad era algo que le
pertenecía a ella no a mí… pero ahora… ahora que quieren volver a cortar el
derecho de las mujeres a abortar… ahora… creo que es bueno que lo sepáis las
mujeres jóvenes… que no volváis a sufrir lo que otras sufrimos… Además, -sonrió
mi madre al decirlo- el otro día la vi en la televisión, encabezando una de las
manifestaciones en defensa del derecho a decidir y ella misma, ella misma dijo
que había sido una de las muchas mujeres que había tenido que ir a Londres a
abortar. Creo que he sido yo la que convertí en un secreto inconfesable algo
que debió de haber sucedido a la luz, sin culpa, sin riesgo…” Volvió a respirar
profundo, “sabes, hija, creo que ahora, después de haber hablado de esto, le
voy a decir a tu padre que vayamos también nosotros a Londres.”