MEMORIA








MEMORIA DE LOS LARGOS AÑOS DEL FRANQUISMO

En este 2 de febrero, día de triste memoria de la masacre ejercida por las tropas franquistas contra la población civil que se vio obligada a intentar sobrevivir y buscar la libertad en el éxodo de la carretera Málaga Almería en febrero de 1937. Un genocidio, un brutal crimen contra la población civil cometido durante la Guerra Civil española, que no  tuvo el eco internacional que consiguió el que le seguiría apenas dos meses más tarde (el 26 de abril de 1937) en Guernica. 

Hoy, digo, quiero hacer mi pequeño aporte a la memoria de los años de la guerra  y la posguerra, aquellos años grises, de escasez, de miedo, de silencio.. que marcaron por décadas la historia de España, y la siguen marcando al no haberse existido todavía justicia y reparación.


MEMORIA

Oscuro cielo gris,

Madrid en los largos, largos años de la posguerra.

El hambre ya desaparecida
quedan aún omnipresentes la tuberculosos y la miseria.

Y el MIEDO, MIEDO, MIEDO
miedo a hablar
miedo a pensar
miedo a decir cada cual su propia verdad.

Una niña miraba al cielo
y veía las palomas de la libertad,
prisioneras bajo el tejado del hospital.

Mundo oscuro y gris,
de miedo y prohibiciones.

Pero un mundo en el que se engendró
una fuerza llena de esperanza.

Duro invierno de un pueblo castellano.
Los niños van a la escuela,
pisando con sus viejos zapatos
los charcos helados
en las calles llenas de barro.
Tras la tapia de la escuela
juegan en el recreo a “juegos de la guerra”,
sosteniendo en sus manitas enrojecidas
los fusiles de madera…
Al final del día, se tiran piedras en la era
y sólo interrumpen la batalla
cuando la sangre hace acto de presencia.
Niños al fin,
juegan juegos de guerra
sin saber que algunos de sus padres
nunca, nunca, volverán,
pudriéndose en las cárceles de la dictadura.

Una mujer joven y cuatro criaturas,
otra más dentro del abultado vientre,
y una vieja abuela
huyen de la una ciudad bajo las bombas,
buscando refugio, cama y pan
en un pueblo del Mediterráneo.

Hambre, dolor y miedo,
refugiados en su propia tierra.

Esto sucedió hace ya tantas décadas…

¿Cuánto tiempo más ha de pasar?

¿Cuántas filas más de rostros desdibujados
anónimos, bajo la etiqueta “refugiados”?

¿Cuánto dolor más es necesario
en un mundo donde la guerra jamás se detiene?

La respuesta, quizás, 
está en nuestras propias manos.



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