TE RECUERDO, MAMÁ


                                         TE RECUERDO, MAMÁ.

Te recuerdo, mamá, 



en el quehacer inacabable de las tareas domésticas. Te recuerdo, mamá, ligada a la preparación de las comidas: cortando, pelando, amasando, friendo, cociendo, guisando, elaborando dulces de repostería casera: rosquillas, arroz con leche, natillas, flanes y las exquisitas bolitas de coco y yema…

Te recuerdo, mamá, frotando con tus manos gastadas (sin guantes, por supuesto) la placa de hierro de la cocina bilbaína que en muy pocas horas se volvería a utilizar y, consecuentemente, perdería su brillo reluciente una vez más. 

Te recuerdo, mamá, lavando a mano la ropa de trabajo de mis hermanos, hundidas de nuevo tus manos en el agua, inclinada sobre el barreño apoyado en el suelo.

Te recuerdo, mamá, ordenando, limpiando, nunca descansando, mamá.

Tus únicos ratos “de ocio” consistían en venir a buscarme al colegio, mamá, o salir, en la tarde, conmigo de la mano, a hacer algunas compras e invitarme a merendar pasteles (quizás compensando así las penurias y necesidades de años anteriores, el fantasma del hambre durante la guerra y la posguerra, antes de que yo naciera).

Sé que te gustaba leer (no pudiste aprender a escribir, tuviste que trabajar desde muy niña) novelas de amor (el que tú no tuviste), pero no te recuerdo haciéndolo.

Sólo te recuerdo sentada en el sillón al fondo del pequeño salón, cuando ya los años y la enfermedad te habían vencido, y tus piernas, mamá, carcomidas por la diabetes, no te permitían apenas caminar.

Eres, mamá, el rostro de tantas y tantas mujeres, que tuvieron (y tienen) que hacer frente a la precariedad, el desamor, la violencia (las múltiples violencias). Eres, mamá, el rostro de tantas y tantas mujeres que no pudieron elegir, que no tuvieron la más mínima oportunidad de elegir, ni siquiera los hijos e hijas que deseaban engendrar y parir.

Te recuerdo, mamá, con la marca de la amargura, de la frustración, del desengaño, del rencor. Te recuerdo, mamá, sin herramientas para poder cambiar tu vida. Pero también te recuerdo, mamá, con una infinita capacidad de amar, que no podía manchar el barro que salpicaba tu vida.

Te recuerdo, mamá.



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