FEMINISMO Y CUERPO EN LA POESÍA ESCRITA POR MUJERES



ESCRIBIENDO DESDE EL CUERPO DE LAS MUJERES


Con demasiada frecuencia hemos sido las mujeres objeto de la mirada de pintores, arcilla en manos de escultores, "musas" inspiradoras de poemas y relatos que, también con demasiada frecuencia, ofrecían una imagen distorsionada de nosotras mismas.

Traigo hoy a estas páginas poemas de mujeres, escritos desde el cuerpo de las mujeres. Poemas en que las autoras hablan desde las experiencias reales de sus (nuestros) cuerpos de mujeres.

Seguimos reivindicando que no se nos robe la palabra, ni el cuerpo, ni la experiencia, ni el deseo, ni el poder... porque a todo ellos tenemos derecho como humanas.

Comenzamos con la suave ironía de este autorretrato de la poeta y artista visual chilena, Cecilia Vicuña


Tengo el cráneo en forma de avellana
y unas nalgas festivas a la orilla
de unos muslos cosquillosos de melón.
Tengo rodillas de heliotropo
y tobillos de piedra pómez
cuello de abedul africano
porque aparte de los dientes
no tengo nada blanco
ni la esclerótida de color indefinible.
Tengo veinte dedos
y no estoy muy segura
de poder conservarlos,
siempre están a punto de caerse
aunque los quiero mucho.
Después me termino y 10 demás
10 guardo a la orilla del mar.
No soy muy desvergonzada
a decir verdad
siempre que hay un hoyo
me caigo dentro
porque no soy precavida
ni sospechosa.

Dorothea Tanning. Reina Sofía. Madrid



Continuamos con otro autorretrato, en este caso de una de las primeras voces de escritoras feministas mexicanas, la profesora universitaria, autora de ensayos, novelas, cuentos, teatro y poemas, y embajadora de México en Jerusalén,  Rosario Castellanos (México, 1925-Isarel, 1974). Un autorretrato que va mucho más allá del cuerpo (al fin y al cabo el color del pelo puede cambiar o disimularse bajo una peluca y ser fea o bella depende de la opinión ajena), para hablarnos más bien de deseos, sentires, rutinas, sin idealizar nada, ni siquiera la maternidad. Intuimos a la mujer que en esos versos se autorretrata y podemos identificarnos con ella en la sencillez de la realidad que nos describe y, quizás, como ella, llorar, a veces, simplemente porque se quemó el arroz... literalmente o metafóricamente.

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.
Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.
Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece,
encanece.)
Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.
Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.
Amigas... hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehúyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.
Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.
Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.
Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles. 

Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé 
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estrena teatral ni al cine-club.
Prefiero estar aquí, como ahora,leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.
Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.
Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.
En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llano
es en mi un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni ante la catástrofe.
Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial. 






En este poema, la escritora paraguaya Renée Ferrer (1944), nos lleva a esa dificultad de reconocimiento de nosotras mismas que se produce con el paso de los años, cuando el espejo nos devuelve una imagen que no corresponde a la que seguimos sintiendo ser.

Hay una multitud de espejos
dentro de las guaridas de mi cuerpo,
intercambian imágenes, secretean.
¿Será que han husmeado en un fichero antiguo
alguna mordedura,
algún indicio?

Centinelas de azogue en campos de vigilia
escupen las astillas del grito,
relamen el muñón,
secuestran los delirios;
sus reflejos oblicuos juegan a la pelota
con mis lágrimas nuevas.

Los ojos han partido como un casal de pájaros;
los cristales deambulan por mis venas
con el mismo mutismo de monjes compungidos.

Extraño de ayer la fiebre,
el celo,
el pico de un halcón que se desploma
sobre los monolitos de fuego congelado
-girasoles furiosos que embisten contra el viento.

Rebusco en las esquirlas con ciegos manotazos:
de mí no encuentro nada,
ninguna pista azul,
ningún troquel de beso,
salvo las menudencias de una extraña.


Aliadas. Centro Cibeles. Madrid.


Y, por último hoy, la voz de la poeta y activista social nicaragüense Yolanda Blanco, en unos versos nacidos de la íntima experiencia corporal.


FRAGMENTOS DE APOSENTO.

Abjuro del vello en el pubis
déspota de mi flora Silvestre:
hago brotar un durazno


Aprendo del menstruo
Forjo mi contigüidad con la luna
En las trompas de Falopio
resumo esta minúscula célula mía,
si subrayo,
vida
¡A mis ovarios, algo.
Aquí,
profundo,
alertamente ocultos!
Hubo estrógenos
y humores cálidos, balanceando
el agridulce de mis aposentos.
No vendrá más la fase
de luna menstruante
Yo, Yolanda, creada
nacida mujer
ciudadana de segunda
burócrata sin rango
trabajadora proletaria
en pleno subdesarrollo
Doy las gracias por mi sexo
por la luna que rige las mareas mías
por esa sangre menstrual vuelta mis hijos,
lumbre del hogar
y ellos como candil en las calles…

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